MARIO DE SOUZA - Analista
En el Uruguay la reforma tributaria nos da la oportunidad de comenzar a caminar por la senda del desarrollo capitalista. Dentro de las cosas que se imponen en esta reforma impositiva es la defensa del ahorro interno. Una de las formas más significativas del ahorro interno, el ahorro familiar.
Este tiene su más idóneo instrumento en los seguros de vida. Por este mecanismo contractual las familias hacen sus previsiones para contingencias adversas, incapacidad, fallecimiento y ahorro para la vejez. Durante medio siglo largo, la principal empresa aseguradora del país, el BSE, pudo satisfacer estas necesidades con una variada gama de planes de seguros, un capacitado cuerpo de vendedores profesionales y un sistema de cobro institucional que garantizaba a los obreros y empleados su cobertura en pequeñísimas cuotas mensuales.
Si alguien dice que en Uruguay "no hay conciencia aseguradora", no conoce el país ni su gente. Hasta hace unos años ingresaban anualmente al BSE más de diez mil solicitudes anuales de seguros personales de todo tipo. En los sesenta y los setenta, eran más de diez mil las solicitudes anuales de seguros de vida individuales que llegaban por medio de los corredores. Tengamos en cuenta que hablamos de contratos de seguros de unos diez mil dólares de capital, que para el trabajador medio podían representar tres a cinco años de trabajo.
Ello generaba un flujo interno, en primas de seguros de un 3% anual de esos capitales. Unos tres millones de dólares anuales en primas de seguros nuevos cada año.
Un mercado que llegó a cubrir a no menos del cuarenta por ciento de los empleados del Estado de un país en que el Estado era el principal empleador. A este sistema se extendió, por medio de convenios de retención de haberes, a los empleados de importantes empresas privadas, gracias a la diligencia de los agentes comerciales que los canalizaron en el BSE .Un negocio sin costos ni riesgos de cobranza, puesto que la misma se hacía institucionalmente.
Un primaje anual de decenas de millones de dólares. Todo esto significaba el esfuerzo de miles de familias trabajadoras que encontraban en el seguro de vida individual o colectivo, una forma de respaldo a sus compromisos vitales.
La conciencia aseguradora es avara en los que creen que se valen por sí mismos. Pequeños empresarios, artesanos, comerciantes. Los comerciantes y empresarios del país, debido a una falta total de estímulos fiscales, colocan sus excedentes en bienes fijos o en consumos de bienes intermedios.
Cuando hay grandes excedentes, éstos son colocados en el exterior en busca de buenas tasas de retorno. En el área de seguros, las compañías locales se enfrentan a la competencia de las off-shore, verdaderas contrabandistas de servicios financieros, que ofrecen prometedoras colocaciones en el exterior.
Para poner fin a esta sangría financiera, generar las bases de una industria del seguro personal que canalice el ahorro en forma productiva, pensamos que se impone una política inteligente de deducción de impuestos para las primas de seguros de vida locales.
La industria local del seguro de vida tiene un marco legal regulado por el BC y la Superintendencia de Seguros. Sus reservas deben invertirse por ley en el país. Sus contabilidades son cristalinas y están a la vista de la DGI, en toda la cadena productiva, desde el corredor de seguros, a la empresa aseguradora. No hay evasión posible.
Lo que corresponde es que aquellos pasibles de impuesto a la renta puedan descontar de sus compromisos fiscales las primas de seguros de vida en forma semejante a lo que se hace en los países en los que este sistema se aplica.
Lo que esta industria necesita no es una dádiva, ni una exoneración impositiva como la otorgada en zonas francas. Es simplemente un sistema que premia el ahorro cuando se forma, que el fisco recupera cuando ese ahorro se revierte luego en renta o en capital. Es una forma directa de fortalecer el sistema financiero del país, de generar cultura de ahorro en amplias capas de nuestra sociedad.
Por último, un país con cultura aseguradora, es un país de gente responsable.
En las sociedades de consumo, en la nuestra principalmente donde esos consumos son mayoritariamente importados, arruinando la balanza comercial año a año, la cultura aseguradora es el último vestigio de voluntad de ahorro nacional que nos queda.
En el Uruguay la reforma tributaria nos da la oportunidad de comenzar a caminar por la senda del desarrollo capitalista. Dentro de las cosas que se imponen en esta reforma impositiva es la defensa del ahorro interno. Una de las formas más significativas del ahorro interno, el ahorro familiar.
Este tiene su más idóneo instrumento en los seguros de vida. Por este mecanismo contractual las familias hacen sus previsiones para contingencias adversas, incapacidad, fallecimiento y ahorro para la vejez. Durante medio siglo largo, la principal empresa aseguradora del país, el BSE, pudo satisfacer estas necesidades con una variada gama de planes de seguros, un capacitado cuerpo de vendedores profesionales y un sistema de cobro institucional que garantizaba a los obreros y empleados su cobertura en pequeñísimas cuotas mensuales.
Si alguien dice que en Uruguay "no hay conciencia aseguradora", no conoce el país ni su gente. Hasta hace unos años ingresaban anualmente al BSE más de diez mil solicitudes anuales de seguros personales de todo tipo. En los sesenta y los setenta, eran más de diez mil las solicitudes anuales de seguros de vida individuales que llegaban por medio de los corredores. Tengamos en cuenta que hablamos de contratos de seguros de unos diez mil dólares de capital, que para el trabajador medio podían representar tres a cinco años de trabajo.
Ello generaba un flujo interno, en primas de seguros de un 3% anual de esos capitales. Unos tres millones de dólares anuales en primas de seguros nuevos cada año.
Un mercado que llegó a cubrir a no menos del cuarenta por ciento de los empleados del Estado de un país en que el Estado era el principal empleador. A este sistema se extendió, por medio de convenios de retención de haberes, a los empleados de importantes empresas privadas, gracias a la diligencia de los agentes comerciales que los canalizaron en el BSE .Un negocio sin costos ni riesgos de cobranza, puesto que la misma se hacía institucionalmente.
Un primaje anual de decenas de millones de dólares. Todo esto significaba el esfuerzo de miles de familias trabajadoras que encontraban en el seguro de vida individual o colectivo, una forma de respaldo a sus compromisos vitales.
La conciencia aseguradora es avara en los que creen que se valen por sí mismos. Pequeños empresarios, artesanos, comerciantes. Los comerciantes y empresarios del país, debido a una falta total de estímulos fiscales, colocan sus excedentes en bienes fijos o en consumos de bienes intermedios.
Cuando hay grandes excedentes, éstos son colocados en el exterior en busca de buenas tasas de retorno. En el área de seguros, las compañías locales se enfrentan a la competencia de las off-shore, verdaderas contrabandistas de servicios financieros, que ofrecen prometedoras colocaciones en el exterior.
Para poner fin a esta sangría financiera, generar las bases de una industria del seguro personal que canalice el ahorro en forma productiva, pensamos que se impone una política inteligente de deducción de impuestos para las primas de seguros de vida locales.
La industria local del seguro de vida tiene un marco legal regulado por el BC y la Superintendencia de Seguros. Sus reservas deben invertirse por ley en el país. Sus contabilidades son cristalinas y están a la vista de la DGI, en toda la cadena productiva, desde el corredor de seguros, a la empresa aseguradora. No hay evasión posible.
Lo que corresponde es que aquellos pasibles de impuesto a la renta puedan descontar de sus compromisos fiscales las primas de seguros de vida en forma semejante a lo que se hace en los países en los que este sistema se aplica.
Lo que esta industria necesita no es una dádiva, ni una exoneración impositiva como la otorgada en zonas francas. Es simplemente un sistema que premia el ahorro cuando se forma, que el fisco recupera cuando ese ahorro se revierte luego en renta o en capital. Es una forma directa de fortalecer el sistema financiero del país, de generar cultura de ahorro en amplias capas de nuestra sociedad.
Por último, un país con cultura aseguradora, es un país de gente responsable.
En las sociedades de consumo, en la nuestra principalmente donde esos consumos son mayoritariamente importados, arruinando la balanza comercial año a año, la cultura aseguradora es el último vestigio de voluntad de ahorro nacional que nos queda.
Fuente: Diario La República
No hay comentarios:
Publicar un comentario